Uno.
Sentado
en la terraza, el mal tiempo llega de improviso. Vaya bobería. El régimen son
cien cuartillas y no se quedará a medias.
Lee la
novela del polaco Andrzejewski. Algo de intriga entre conservadores y
reaccionarios, capitalistas y socialistas, después de la segunda guerra
mundial.
Frente
a sus ojos una palabra completa se desprende de la página.
Que raro,
pensó. Podría asegurar hace un momento que allí estaba.
Quizá
la desocuparon a distancia, ahora los autores son excesivamente perfeccionistas.
Buscan
la palabra precisa para describir emociones. Al dar la vuelta a la pagina,
medio párrafo se fue deshilachando.
Es como
si rescribieran la trama, tal vez ahora, el final no sea el mismo. Y le dio
hojeada veloz.
Los
cambios de página se sucedieron con bastante rapidez, alentados por el viento.
Los personajes entraron y salieron.
Conversaron
sin sentido, quienes en algún momento fueron cómplices, se traicionaron.
Frente
a sus ojos, la novela tomó vida propia.
Caramba,
recapacito. Esta labor de leer, seguir la trama y aceptar lo verosímil o lo
absurdo es muy cansado.
Sin
rendirse, sin cerrar el libro, el lector, sabe que solo los mejores crímenes,
no salen en televisión.
Dos.
Desde
la ventana, con vista al patio interior, observa la lluvia. Prefiere pasar los días
en el confort del hogar, solo lo necesario, impartir catedra, ir al supermercado
y regreso al apartamento.
Ocasionalmente,
dos veces al mes, frecuenta la librería de la zona. Ensayo la primer selección;
poesía, segundo; tercero novela y para la última semana del mes, cuentos.
Da
de vueltas en redondo, entre los pasillos. Conoce de editoriales locales,
nacionales e internacionales.
Consulta
las solapas, como si en esos párrafos se colara la voz del autor que le habla.
Elige
mirando hacia atrás para saber si alguien observa.
Los
libreros están a tope. Ha tenido que improvisar en cajas plásticas, que por
ahora se acumulan en el patio.
Cae el
agua, lava las calles, llena el drenaje. Ojala no se filtre al interior de las
cajas.
Como
después del diluvio, apenas menguado, el sol abrazador, destapo las cajas.
En la
del mes reciente, encharcados, los autores nadaban.
Dylan
Thomas, moho en el traje, discute con Allan Poe.
Octavio
Paz desafía a duelo de espadas a Alejandro Dumas, quien a elegido como padrinos
a Carlos Monsivaís y Enrique Vila Matas.
Ella,
fastidiada, tomó con pinzas a los autores y sus libros.
Los
colocó en el tendedero y los puso, como charales despanzurrados, a secar.
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