Monday, May 04, 2009


Quítate la mascara

Desde la primera vez que hicimos el amor, encontré en Rubí todos sus defectos.
Le daba por hablar demasiado de sus amantes casi por orden de aparición, un díptico del turismo de alcoba que hasta ese momento practicaba: del chilango, argentino, español, noruego, italiano, francés y hasta del indio huichol que conoció en el poblado de Guitarritas, en la Huasteca de Nuevo León.
Ella de frente, pasé la mano por la espalda desnuda, horrorizado trayecto, una gruesa alfombra de cabellos, negros y rizados, gobernando lo blanco de su piel.
De no ser por haber vaciado en el estómago el líquido del cartón de cerveza, no habría propuesto ir a la cama.
Lo peluda habría disculpado de no ser su exceso de peso, cuando exigió montarme.
Todo tiene un límite, aun en las borracheras. La asfixia en el jugueteo sexual desplaza el deseo.
Rubí perdida estaca sobre la cintura, cerca al oído, gritando así papi, que rico, que rico.
Cerré los ojos con tanta fuerza, imaginando a Eva Longoria, y no a Rubí-hipopótamo.
Presa herida en las fauces del cazador, cada golpe del pubis cercenado, expulsa el aire pulmonar.
Tres veces intenté desplazarla. Rubí-hipo-peluda-turistasexual, le grité, quítate, quítate. Pareció despertar del sueño intimista.
Detenido el castigo, agarre un buen respiro, amoratado el cuerpo, cante: quítate, quítate la máscara, y ven a bailar.
Encabronada bajo de la cama, rumbo al cuarto de baño.
Escuche exhausto y sin eyacular, el correr del agua de la ducha.
El sexo puede ser una violenta elección del destino.

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