He
tenido que abandonar el prejuicio mental de involucrarme con una persona
casada.
El
amor llegó a tocar la puerta de mi corazón. De manera escandalosa. Sin levantar
sospecha en los vecinos de la vecindad.
Pero
así llegan los invitados que deseas se conviertan en la gente de casa. Los
maravillosos espontáneos.
Soy
discreta. No de la moralidad, eso no encadena afectos.
Jamás
de las conquistas. Una más, otra que se va.
Los
casados y los solteros, no tengo distingo, que llegan de visita al club, a divertirse, me
encargo de hacerles gastar bastante de su crédito en las tarjetas y en efectivo
en asuntos costosos: bebidas, flores y osos de peluche.
Con
la ingenua ilusión de que seré accesible a su capricho. De llevarme a la hora
de salida al hotel o al apartamento. Pobres ilusos.
Siempre
desaparezco. Como fantasma entre la pasarela, los besos y el decirles en toda frase corazón mi
amor mi rey. Así me ganó su voluntad con poquita labia.
Soy
la fantasía de lo que no tendrán en su hogar.
Una
conversación sin reproches. Pechos altos como torres en las que podrán guardar
secretos. La lista de los desajustes hormonales de sus parejas no vendrán a
encontrarse con ellos.
Conmigo
todo es alegría. No hay mayor compromiso que el ahora.
En
el momento que conocí al vecino, que llegó de la mano de su esposa, la mujer
que todos le llamamos la bruja por lo prieta de su piel y que siempre anda
vestida de negro, algo dentro de mi saltó de alegría.
Dije,
a ese hombre me lo voy a desayunar. No importa el tiempo que tenga que esperar
o el sacrificio que deba hacer.
Le
tomé, a escondidas, muchas fotografías con el celular.
Cada
vez que veía las imágenes, mientras me tocaba pensando en él, observaba algo
triste en su mirada.
Luego
todos supimos del embarazo, de la llegada de su primer hijo. Y de la depresión
post parto de la bruja.
Le
cerró por completo el templo de su cuerpo. Luego me confesó cuando nos
conocimos, sacando la basura una mañana después de marcharse a su trabajo en la oficina, que ella
misma sabia que estaba deprimida. Post parto. No quería sus caricias ni sus
besos. Ni su aroma, dice que le revolvía el estomago.
Me
dijo que era artista, que lo suyo era fabricar artesanías con sus manos y
llevarlas a vender a los mercados rodantes.
Total,
fui con un cartomanciano a que hiciera el trabajo de amarre. No podía pasar más
tiempo sin estar en sus brazos.
Y
funciono.
La
bruja siempre le gustó salvar animales en peligro. Solo en la época del
embarazo se había detenido. Pero deprimida y sin consuelo, con marido e hijo,
revitalizó la tarea de resolverle la vida a los indefensos gatos.
No
puedo negarlo. Algunos si eran hermosos. Finos. De angora. Se veía que
probablemente los habría robado de alguna casa de dinero.
Algunas
mujeres después de dar a luz cometen muchas locuras. Yo creo que la bruja
desarrollo todas las imprecisiones mas absurdas de la vida.
En
la junta de vecinos decidimos enviar una carta a los dueños del predio en que
su ubica la vecindad para invitarles a exhortar que no se aceptaran animales ni
niños pequeños entre los inquilinos.
Hay
que subir un poco el nivel de vida y la plusvalía mencionó un jubilado
universitario, que es quien más tiempo lleva rentando y que siempre me ha
lanzado indirectas de cuando nos vamos a tomar un café o de ir al cine.
Que
va. No me gusta. Si por lo menos tuviera mucho dinero. Pero no. Anda
arrastrando su pensión.
Y
yo soy bastante cara, porque creo que lo valgo.
Le
dije a Rubén, cuando comenzamos a tutearnos, que quería ser su amante, él me
dijo que le parecía perfecto.
Que
nos dejáramos llevar por los dictados del cuerpo, de las ganas que los besos
provocaban, pero que siempre recordara que no podemos clavarnos.
Que
el primero en clavarse perdería.
A
mi jamás me ha gustado perder, ni en el bingo o en el turista.
Entonces
el gato de la bruja comenzó a rondar por las ventanas. Imagine un plan
perfecto, de eso siempre he estado segura cuando tomo una decisión.
Lo
envenenaría primero al gato. Luego a la esposa de Rubén. Me casaría con él, al
año de enviudar, para que nadie sospechara.
Trabajaria
unos tres años más en el nigth club. Dejaría el crack. Me limpiaría el
organismo para en el momento que decidiéramos, tener todos los hijos que la
diosa naturaleza nos permitiera engendrar.
Sin
olvidar el que Rubén y La Bruja generaron.
Luego
con el dinero guardado, nos iríamos a vivir a Tampico.
Compraríamos
una palapa cercana al mar. Venderíamos fruta fresca de estación a los turistas.
Yo
les haría trencitas y les diría que hermosas son. Rechula su hija, usted es una
mujer muy afortunada, tiene mucho porte. Su marido es una persona interesante.
Deben ser una familia dichosa. ¿Cuántos días pasaran al lado del mar?
Viviríamos
tranquilamente, juntos.
Pero
el primer paso para la felicidad es matar el gato que todas horas perturba la
paz en la vecindad.