Wednesday, May 30, 2012

La felicidad es un tarro con cerveza helada mezclado con michemix.





Bebo cuando estoy solo. Acompañado lo hago mejor. Así no tengo distractores. Que a fin de todo, me vale.

Soy centro de atención. La cura de todos los males. La píldora del loquero para provocarse el sueño. Pero también el psiquiatra denso.

La licorera del quince años que los asistentes buscan llevar a casa, a la hora de la despedida, para seguir con la ingesta.

Es seguro. Si. Que me habrán corrido de muchos sitios.

Dormido bajo cajas de camiones abandonados. Del brazo cansado de la fichera más gorda y pachorra del rumbo de la central camionera.

De espacios públicos en diferentes ciudades de la hermosa república mexicana: órale cabrón a dormir a su casa.

Con mujeres sin nombre que la boca les sabe a cantina, salobre y con cascaritas de cacahuate.

En sitios a menos cero: el frio colándose, bajo el abrigo húmedo, hielo endurecido, muriendo como le pasa a millones de vagabundos en el mundo.

En el transporte público con la cerveza en mano, celebrando la carrera fáctica del chofer en las avenidas principales. En el metro al final de la línea, en el carro no, la vez que lo hice, me dolió el cuello y la cabeza: vomitar los tapetes no es de buen gusto, tener que lavarlos con cruda es el madero más pesado de la cruz.

Desmemoriada conciencia y que aun no logro voltear los ojos para verme hacia dentro. El guateque donde doy vueltas y luego me mareo.

Tengo la sospecha, que es como la marca de esperma en el único pantalón limpio, que me calzo a la hora de ir a pedir empleo. Sabiendo que no me lo darán porque le produciré miedo a la recepcionista que me dirá que la vacante ya fue ocupada.

Lo intuyo. Entro al bar de siempre y no me dirigen la palabra. Solo el encargado me recibe con gusto. Ya sabe que gastaré lo ganado en el día.
Me dice: que bárbaro, que buen chou hiciste ayer, hasta que te quedaste dormido en la mesa. Luego te miaste. Tuvimos que cargarte a la entrada y llamarle a un taxi.

Luego pasan de largo. Te evaden. Eres la incómoda cucaracha en un plato de comida caliente.

Las mujeres que me han invitado a sus apartamentos a beber desconocían el poder del alcohol. Lo que hace doblemente peligroso, cuando entra juguetón y altanero en el torrente de la sangre.

Como pierdo los estribos. Me ven extraviar la mirada, los prejuicios. Las beso. Les aprieto la cintura. Les sobo las chiches.

Me les repego. Les hago sudar. Calentarse. Luego les descorro el pantalón o la falda. Les hago calzón chino por el simple hecho de verles decender al abismo. Las estrangulo.

Permíteme tantito, deja me quito la ropa, me dicen.

Algunas salen huyendo. Otras se quedan para saber si es cierto que les haré todo lo que he dicho, lo que les prometí. Me quedo corto, como siempre. Siete minutos y eyaculo. Quizá en menos tiempo. Ya no busco las sesiones de maratón. Solo satisfacción: sa-tis-fac-ción.

Todas quieren conmigo. Todas son materia dispuesta. Tomen su turno les digo, que para todas hay. Nomas no se metan en la cola. Hagan fila. Estén quietecitas y ordenadas.

Eso es alegría. El oasis donde abrevo.

La felicidad es el tarro con cerveza helada mezclado con michemix.

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