Filtro obligado, parada de cuatro estrellas, la oficina de Lorena, la coordinadora de área humanidades. Ahí sometido al feroz escrutinio, te cortan las alas al avión de la tranquilidad.
Lorena tiene muchos lunares de bolitas en la cara, el cuello, quien sabe donde más. Es regordeta y optimista.
Cual planta carnívora, abre despacio las fauces, acerca la carnada, con sus dientes cercena y mutila la posibilidad de más horas de chamba.
A los alumnos de la preparatoria, del turno matutino, que llegan hasta su cubículo les dice: que necesitas mi niño.
Evalúa/corrige marcador rojo. Siempre existen áreas de oportunidad, consejos no pedidos.
Los maestros deben rendir pleitesía a un escalafón imaginario. Lorena sostiene detiene y desprende.
Lorena detrás del escritorio desafía mirada. Afila la hoja de metal, coloca y calibra la guillotina.
Golpe certero, la cabeza del maestro sale volando.
Te dice: tenemos que mejorar el nivel del Campus Cumbres, muy por encima de los otros del país, tiki tiki taka taka.
Con esas onomatopeyas has venido a quedar en el recuerdo. No estarás en la fotografía de los docentes que gradúan cada generación.
Entregas tu gafete a la salida. Los de seguridad sueltan a los perros. Traspones con rapidez el enrejado del antiguo centro deportivo Cima.
Monterrey a las nueve de la mañana, en las faldas del Cerro de las Mitras, en el populoso Valle Verde.
Te apuras, que en una hora abordo del Ruta 23 podrás llegar a tiempo al Servicio Nacional del Empleo para buscar una nueva oportunidad.
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