Monday, August 15, 2005

Como hemos cambiado




Como hemos cambiado

El país sigue perdido. Hay un barco en donde despareció el timón. El capitán se enamora de si mismo. Su camarote es un gran espejo. Se hace el amor en solitario y después del acto respira con solemnidad. A mi me gustaría pegarle un chicle bala a su cabeza.
Los pasajeros, los de segunda, tercera y cuarta, vivimos aterrados mientras la orquesta sigue tocando el mismo vals: el de los desesperados.
Las ratas devoraron las bodegas. Nadie se mueve, nadie dice nada. Todos somos silencio, entumidos.
Ángel es mi amigo. Es pasajero de este barco. De mi pequeño barco de memoria. No recuerdo haber pasado palabra con su padre. Siempre fue huérfano al cuidado de su abuela y su tía solterona. Ángel estudiaba en la primaria del barrio.
Nos separamos. A mi me enviaron a la escuela piloto del estado.
Pasé la primaria enterrado y saliendo de la dirección, contando los mosaicos de las paredes, a jalones de patillas, con la tarea a medias, sin primer amor. Entrevistado por el papá de Dorita, mi compañera de salón, quien era psicólogo del tutelar de menores, diciéndoles a mis padres: no hay problema, es un niño normal, con una inteligencia superior: esta aburrido, denle actividades extracurriculares.
Ángel supongo sobresalía: su color negro (su abuelo vino de cuba antes de la revolución de Fidel, a jugar pelota con el equipo de la ciudad, luego, sus éxitos le permitieron entrar al salón de la fama, en el local pegado a la cervecería).
Era él, nuestro primer ángel negro, con ojos verdes, cabello rizado y con una voz gutural desde niño, muy bueno para gritar las canciones de death metal.
Nos reencontramos en la secundaria.
Caminábamos las 8 cuadras del edificio a la casa de mis tías. Mamá nos recogía a mi hermana y a mí.
Ángel, una cuadra antes, siempre pateaba la puerta de una empresa de limpieza de oficinas, donde dos perros dobermans se desgañitaban por clavarle los colmillos a sus piernas.
Así continuó hasta un día, el elemento cero: el dueño dejó abierta la puerta, Ángel patea, salen los perros, y puestos pies en polvorosa, me quedo cual estatua viendo la corretiza. Los ladridos y la baba libre saliendo de sus hocicos.
Aun es fecha de risa.
Ángel es arquitecto, tambien se queja del gobierno, dice “no vale madres el presidente”. Tiene un buen carro. Sigue soltero, mas por gusto, consentido por su abuela, a sus noventa y tantos años, y por su tía.
Es creyente de Malverde y de la Santísima Muerte.
En el negocio de Luciano, otro amigo, le dijo: aquí necesitas ayuda. Compró las dos efigies y sus veladoras.
Les ofrendó tequila a cada hora de comida, por una semana. Pero el negocio siguió a pique, como el país.
Cuando Ángel viste de negro es elegante. Toma cerveza y es capaz de arrojarle un block de cemento a cualquiera, si lo hacen enojar.
La mayoría del tiempo ríe estruendoso.
Me pregunto si el país sigue perdido. A donde vamos, y canto como hemos cambiado, que lejos ha quedado aquella amistad, y así como el viento lo abandona todo al paso. Así con el tiempo todo es abandonado, todo aquello que se da. Así con los años unidos a la distancia, fue así como tú y yo perdimos la confianza, cada paso que se dio algo más nos alejo.
Ángel el caballero de la noche. Yo el hueco de la hora de los sueños por cumplir.

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