Monday, September 05, 2005

La Mandinga


Para la Srita Evil


Amaneció y desee besarla. Ya no quedaba nadie más en la fiesta, las cenizas en el desván, algo de las sombras de quienes habían transitado, ahora extintos; solo espejismo de una noche difícil: ahí los pájaros en los alambres cantando el despertar.
Desee quitarle lentamente la ropa en el preciso instante del alba. Ella callada en mi piel. En alguna de estas calles, un borracho es atracado por el maleante y lo acuchilla. Otra pareja sale de un bar y van con rumbo al hotel.
Ella y yo somos dos vacas paciendo en el lobby. A la deriva del amor. Adivino el tamaño de sus senos, esa sonrisa de extensa carretera.
No tengo sueño, mis parpados sin polvo. Ella es tierra adentro, y quiero llevarla rumbo al mar, coleccionar toda su arena, su sal, ahogarme en su brisa, hundirme en sus brazos.
Mi espalda dolorosa me regresa a la realidad de mis deseos.
La veo y no hemos dejado de hablar por más de diez horas. Química le llaman los metafísicos. Pedazos de pan quienes cuentan historias para niños.
Algunos quieren volver el tiempo atrás, para encontrar una esperanza. Yo respiro encima de esta tierra. La estación de tren de la ciudad esta cerrada. Se me antojaría irme con ella a algún sitio donde el agua caliente brote de la tierra.
Pero hoy no existen los milagros. Poco a poco nuestras posibilidades de hacer el amor se van haciendo nulas.
En unas horas iré por mi hija para ir juntos a la iglesia.
Ella se calza sus sandalias y se pone en pie. Los mosaicos rojos tienen la mancha de nuestro sudor.
Le digo: otro día seguiremos hablando. Asiente y ambos nos imaginamos en esa estación: la del amor.
Para nada sirve el sol, mas tarde, mi hija y yo en el lecho seco del río volaremos un papalote.
Al soltar el hilo y se eleve con el viento ese pedazo de papel y madera, hasta llegar a lo mas alto, no dejare de pensar en ti.
Hoy llevas por nombre ansia.
Mientras tanto, la limpieza en tu casa habrá comenzado: las botellas vacías puestas una por una en la bolsa de plástico, los cientos de colillas, y el incienso de canela para disipar los malos aromas.
Solo nosotros sabemos en que termina el poema, cuando el día explota.

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