Monday, September 05, 2005

Pescado del otro lado




Solo polvo de cactus en este desierto. Tomo una cerveza sentado en el restaurante bar. Espero la llegada de Margarito y de la Terrible Susanita. Mi corazón es un vagón con sonido de una guitarra de blues, aunque prefiero el vallenato, la polka, ponerme a sacarle lustro al piso, a gastar la suela del zapato, siempre y cuando haya una buena bailadora.
No me calienta ni este mismo sol. Y a mi alma la enfrían más los tragos amargos deslizándose por mi garganta.
Tengo comezón en los tatuajes. Solo quiero salir de aquí. Soy una ánima dibujada en mis brazos. En algunos trabajos no te quieren si tienes tatuajes, te piensan mariguana o malandrín, o caldo de cultivo de alguna enfermedad incurable y contagiosa. Nada mas equivocado.
Sería feliz si mis tíos no robaran cobrando la renta de mi abuela fallecida, tener mas tatuajes en mi brazo derecho, algo para asustar a quienes me dicen señor.
Poco me importa lo murmurado, ni mis enamoradas, ni los hijos quedados en los condones. Trato de estar siempre protegido.
No soy gay, amo a mis amigos homosexuales y lesbianas. Tambien a las mulas y a los caballos desbocados.
Alguien pudiera llamarme mañana a mi teléfono y dirían ausente, casi siempre lo olvido en casa.
Tan larga tengo la cara, dice Margarito al llegar, debió notar mis raíces llegando hasta la tierra. Estoy atado en un suelo de guerra consigo mismo.
No puedo estar solo: mi felicidad esta al otro lado del país.
En el paraíso, les digo. La playa más hermosa, las mujeres de tooples, los hombres con sus minúsculos trajes de baño.
Mi panza cervecera es un orgullo no familiar. No me acongoja. Hay mil quinientas posibilidades de morirse de un ataque al corazón antes de los cuarenta.
Creo en la muerte como una bailadora, un día te invita con ella, y por nada del mundo puedes hacerte a un lado, sino escuchas su canto de sirena, y vas sintiendo su asecho, y al final, te extasías: así es la vida y el morirse.
A fin de cuentas Margarito se compadece de este pobre ciego-cojo-mudo-y sordo. Me suelta la cantidad de lana faltante para irme.
Susanita me hace prometerle arena y conchitas de mar, quiere decorar completamente su departamento.
Casi salgo disparado. La ciudad me parece demasiado pequeña. Busco una puerta abierta, para llegar hasta ella. Ambas son una misma
Se me escapa la vida. Y ahora voy a atrapar una dulce sirena. No existe más el mal humor. Pienso como pescado.
Margarito y Susana me observan desde un lado de la pecera. Ellos ríen.
Deseo salirme y dejar el agua pasar, respondo.
En casa mis padres ven la televisión y el canal del clima anuncia buen clima las próximas semanas. Me dan un aventón al aeropuerto. Aquí va un pasajero dispuesto a ponerse colorado de tanta felicidad.

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