Tuesday, January 10, 2012

Todos me miran.




Los parroquianos, presas del pánico, a tan temprana hora, abandonaron el local.

Entre empujones, arañazos y otras medidas impropias de caballeros, para las reglas de conducta en sociedad, cada cual emprendió la fuga, su camino. Sin dilaciones o rutas largas.

Los menos ebrios, aun nerviosos, desconcertados, dejaron las cuentas sin cubrir. Los cacahuates en las vasijas, las servilletas y dominós en su sitio. Parecía más una iglesia o escuela, que cervecería.

Llegaron hasta los vehículos, sin mediar palabra alguna, no hubo bebidas o tragos para llevar. Perdieron todo interés por el alcohol, las charlas afterhours o los planes de fin de semana.

En el paisaje, del que llevaron las instantáneas los periodistas, se observaba a medio consumir.

El horror conoció nuevas manifestaciones masivas y publicas.

Los bebedores, no requirieron dar su versión de los hechos, se podía saber quien había estado en este lugar.

La infortunada tarde, uno a uno, comenzó a aparecerles letreros sobre sus cabezas, de lo que pensaban en el momento.

Así el director general apercibió quien de sus proveedores, puesto de acuerdo con el de compras, lleva meses defraudando.

Del barman, los trucos para sumar bebidas inexistentes en las cuentas.

La mesa de los jueves de domino, dos de ellos pareja gay, que aun sigue en el closet.

Miradas asesinas, las primeras, luego descubiertas infidelidades, mezquindades y malas leches, a todo galope.

A quien no le apareció ni mensaje celestial, ni se dio cuenta lo que había sucedido, fue el hombre que despidieron a primera hora del empleo, que para esa hora estaba dormido al fondo, en uno de los retretes.

Salió del privado. Se sentó. La música encendida. Se fue moviendo de mesa, girando 360 grados, hasta volver a su sitio, cuando finalizo de ingerir las bebidas.

Aun temblando por el alcohol, lleva pendiente: explicar a su esposa, porque llega tarde, ebrio y con dinero.

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