Tuesday, May 15, 2012





Solo bebo cuando tengo ganas. Que es casi todos los días de la semana. Cargo siempre la valija del buen humor y del optimismo.
Soy lo que se dice un borracho travieso y coqueto.
Abrazos, besos y los te quiero mucho, ¡mecaesatodisimamadre!
Mi hermano, mejor amiga. Jamás perdamos huella, aunque solo nos distingamos en la penumbra del bar. En los trasnoches del after.
Pero compartir la línea o el gallo, nos hace más cercanos. Quien te de drogas o cerveza no es tu amigo, sino un hermano.
El menor pretexto es la mejor provocación. Nuestro clima agónico del desierto. Si el día se presta.  O las amistades las invitan, resulta imposible negar.
Vivo en la casa que esta en el medio de la calle: entre la esquina del bar y al opuesto, la sala de masajes.
Pero beber con frecuencia tiene sus inconvenientes.
Pierdo la línea de deportista olímpico griego con facilidad. La barriga topa en la mesa a la hora del desayuno.
Los pantalones y las trusas quedan a media nalga. Sin subir completamente. Asomando los cabellos que comienzan en el camino del ombligo.
Los apagones cerebrales. Que he controlado desde que gozo de un lecho y ropa limpia. Y la responsabilidad de trabajar por la mañana.
Prefiero apagar el móvil. Soy peligroso. Llamo a las ex, la mayoría, no son pocas, para decirles lo mucho que les echo de menos.
Pero ser golpeado, por sus nuevas parejas, no es nada divertido ni es cool.
Los temas en la mesa de los bebedores puede surcar en la pose existencialista.
Apelo a la razón. También panteísta. La creación esta en medio de la naturaleza.
Seguramente me estoy convirtiendo en una contradicción historicista.
Voy de paso, lo se. No necesito pisar el freno.
Las crudas no son impedimento a dejar la bebida: el recurso del frasco de aspirinas a discreción, antes de ir a dormir, la solución perfecta.
Lo único seguro en el bolso de lo más seguro, es que si el alcohol es una droga, no pretendo ni quiero rehabilitarme.

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