Friday, July 15, 2005

La triste historia de fifi

Ordinaria Locura.

La triste historia de fifí

No creo en Reed Richards, ni en sus poderes para ser elástico, dijo Carlos. Ando en busca de fifí. Supuse de Arnulfo, mi amigo y fundador de una revista para encontrar esa pepita de oro blanco.
Ambos necesitamos estar un poco más relajados. Es el encuentro de escritores jóvenes, como tales tenemos el derecho a todos los excesos. El alcohol vendrá mas tarde.
Llegamos a la oficina de Arnulfo, como siempre en su carrera continua, le presentamos la interrogante malvada.
Déjenme ver. Busca en su agenda negra el teléfono del otro Carlos, alguien con sobrenombre: el estorbo.
Carlos es un tipo de esos temerarios. Con un bigote siempre bien a la raya. Es el mejor proveedor de libros, revistas y demás estupefacientes, para el alma y para el cuerpo.
Tardara una media hora en llegar notifica Arnulfo. Mientras tanto, Carlos primero coquetea con Emma, la capturista becaria.
Me pongo a navegar en internet y respondo algunos mails pendientes de contestar. Dos días dura el encuentro: prometí dedicarle todo el tiempo posible para escuchar a mis colegas, descubrir esas mismas voces y hacer el mayor número de contactos posibles.
Carlos se comienza a inquietar. Emma le ha despertado sus hormonas laguneras. Arnulfo nos ofrece expléndidos vasos reciclados de anteriores comidas hechas con mole.
Hace calor y nos daría vergüenza despreciarlo. A veces la generosidad de Arnulfo va mas allá de las formas.
Ya viste en el periódico: me muestra la sección de cultura de ese día. Los mayores expositores de la literatura gay son: Margarito Botello, Roberto Jaime, y yo.
Apechugo. Jajajajajaja, se ríe Carlos Primero junto con Emma, quien ya comenzó a fijarse en el visitante.
No queda más. El reloj sigue su marcha y Carlos Segundo, mejor conocido como el estorbo, no llega.
Los vasos de cerveza continuan. Ya comienzo a flotar en el mundo de los escritores, los que están sesionando en el Museo Metropolitano. Ni hablar. Ya llegaremos a las mesas de la tarde, las mas prometedoras.
Justo cuando salíamos por otras caguamas, el momento de devolver la sana cortesía, llega El Estorbo.
Nos dirigimos a mi auto.
Hablar de él es mención aparte: le suena el mofle y como buen ciudadano, en vez de arreglarlo, le puse un par mas de bocinas, para evitar en el interior el engorroso sonido del traca taca tac.
Además carece de personalidad. Por lo general en las noches, cuando ando de paseo como gato en azotea, me confunden con taxista.
Presento a Carlos Primero con Carlos Segundo. Bueno, el rollo esta así, nos dice El Estorbo, vamos con un camarada.
Ya en camino, en una de las calles del centro, nos estacionamos. Carlos Segundo le dice a Carlos Primero: ¿Cuanto quieres?
Ochocientos. Sobrex. Baja del auto y se pierden los dos por minutos semejantes a horas. Pasa una patrulla por el lugar. Yo me espulgo la cara sacándome barritos y una espinilla amoratada.
Listo, regresan los dos. Vamos al hotel, al cuarto de Julián propone Carlos Primero. Entramos y en el estacionamiento me entregan una boleta. Buscamos el piso ocho, la habitación 804.
Entramos los tres y aunque habíamos prometido volver con Arnulfo, a nosotros se nos hace agua la nariz.
Julián trabaja en su ponencia de mañana. Arma Carlos Primero seis líneas de una sola grapa.
Listo. Dobla un billete de veinte pesos. Aspiramos. Aspiramos. Aspiramos. Aspiramos. Aspiramos. Aspiramos.
Fifi ya esta en nuestra sangre. Fifi nos hace más amigos. Fifi es la mejor literatura. Dejamos a los muertos en su encuentro de jóvenes escritores. Fifi cubre la cuota de ochocientos blancos pesos.

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