Monday, July 25, 2005

Llaveros

Ordinaria Locura

Llaveros


Enamorarse muchas veces es sinónimo de inutilidad. Quien mucho ama, es detestado al pasar el tiempo, por aquella, llamémosle sencillamente: la ingrata, así obviamos corazones en conflicto.
El coqueteo comienza con misivas sugestivas: invitaciones a comer. Cartas electrónicas diciendo lo mucho, de lo indispensable por compartir con la persona, esos momentos tan fundamentales, como ir al baño, de compras por la comida del gato o de plano dedicarse al mejor vicio de todos: a dormir soñando en ese ser súper natural, capaz de hacernos, aun sea por un instante, sentir especimenes tocados por el dedo de Dios.
Cuando cuaja ya la gelatina, si eso logra suceder en el país de los mortales, nos volvemos cursis.
Comenzamos a regalar a diestra y siniestra cuanto artículo, poema, acróstico, fundas de almohadas, pantuflas con garras de oso, corbatas, camisolas originales del equipo amado; solo aquellas relaciones elevadas, se atreven a compartir detalles tan lindos como un coordinado, o simplemente una tanga, de esas de efecto inmediato, dando como consecuencia una excelente erección.
Si nuestro amor sale de viaje, es por demás común, por el bajo presupuesto, y para acallar su conciencia, nos traen por decir un llavero. Ese pequeño detalle del trayecto, incluyéndonos en cada aparador, de donde tomaron la más perfecta decisión.
Nos han regalado llaveros de corazón, de guitarras eléctricas, del símbolo de la ciudad, de vampiros, de un par de dados de las vegas, de acrílico, transparentes, de metal, de piel, con el nombre grabado. En estuches de colores, sin estuches. Llaveros al fin. El detalle es el importante.
Con el paso del uso, y con el desgaste de la relación, me he dado cuenta, como algunos de esos llaveros se han ido cayendo de su abrazadera.
Es un indicativo o termómetro fundamental para saberse pronto desplazado.
En plena embriaguez, a una ex novia, le quite de su bolso ese murciélago afelpado. Al final de cuentas, y en recuerdo de nuestro mar, me dijo: Esta bien, te lo doy. Nada mas procura no lo vea Abner.
De acuerdo los dos. Nos besamos por el mar, el murciélago y por Abner.
Hace unas semanas se desprendió el murciélago y quedo encerrado en la bolsa de un pantalón de mezclilla. Lo remojaron, lavaron, colgaron, y después, mi madre me lo entregó en la mano.
Ahora pienso en los llaveros caídos en el cumplimiento de su deber. Pero también no dejo de pensar en mi Madre, su silencio, en Abner, en el murciélago, en el mar, y en ella, aun sea amor de medio tiempo.

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