Sentado detrás de su escritorio, al terminar de impartir catedra, el escritor que no puede más, se derrumbó.
Seguía leyendo sobre los libros del año en la Revista Nexos y Letras Libres, que jamás fueron los mismos autores: Que de novela, de cuento, de ficción, de lo que fuera.
En ninguno de ellos aparecía su nombre. Solo sus viejos conocidos.
Los que emigraron de la ciudad y lo dejaron sentado en un sillón desvencijado de la calle Villagran, mientras esperaba turno en la sala de masajes.
Despreciado, pero más, ignorado, el escritor regiomontano, de tiempo completo, que jamás ha plasmado una obra fundamental o tan llena de elogios, desconfía de los círculos literarios.
Esos no son amigos, dice.
Quizá el próximo año esté ahí. En la feria del libro de Guadalajara, el DF o Monterrey. O en esas interminables listas, que cada vez que las lee, con envidia, le dejan la boca acre.
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