Saturday, February 11, 2012

Crash into me







Aquí viene otra vez. Entre la multitud, lo evitas. Replegado en los gruesos muros del edificio.

Te encuentra con la mirada, separada del mar de gente, te saluda. Palmea la espalda, te levanta en vilo, abrazo de oso, te baja, te da dos ganchos al hígado. Uno dos. Uno dos.

Te dice, mi güero de oro. Como si te anunciaran en el cartel de la Coliseo. Sigues doblado del dolor, pero derecho por fuera, punch directo a los riñones.

Te quiero mucho cabrón. Te presenta a su acompañante. Mucho gusto. Y te da otro par de arpones. Uno dos. Uno dos.

Por favor que alguien venga pronto al auxilio. Entre tantas personas nadie comparece a saludar. Solo rostros nuevos o de nula confianza.

Ingenioso, te lo sacudes como lo haces con los zancudos. Igual te chupa, no la sangre, el buen animo.

Voy por una copa de tinto. Es gratis, te dice, mi güero de oro.

Consigues llegar hasta la mesa. Probar algunos bocadillos ligth.

Hacer tiempo aparezca la poeta incipiente, de rasgos orientales, que los mayores buscan apadrinar.

Los músicos, desde la media plataforma, uno a uno desfilan. Las autoridades, organizadoras del evento, detallan con la vista al auditorio.

La guitarra con voz de terciopelo. Los rupestres ruidosos que son la novedad y están en boga hasta en la radio comercial.

La sección de cuerdas de la orquesta sinfónica.

Aquí viene otra vez. El ex boxeador de barrio. Retador perdedor en los orígenes de Los Guantes de Oro.

Segundo asalto en una pelea no establecida.

Venga hombre. No me evite. No pasa nada.

Ya sabe que es de cariño.

Es más, vengase, vamos a cenar tacos de carne asada. Te invito.

Creo, como todo mal aprendiz de cirquero, no estaré de humor para soportar otros doce asaltos.

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