Tiene gusto sofisticado, fashion in, las maneras educadas con las que mueve las manos y ropa de marca.
Desde la secundaria escucha a Mecano.
Los paseos el fin de semana en el Mol, el único que existe por ahora. Se prueba ropa y selecciona dos piezas, camisa y pantalón, calcetines o trusa, camiseta y zapatos, con cargo a la tarjeta de crédito de su padre, maestro en la universidad pública.
Merienda escuchando sinfonías que le permiten disipar el enojo.
Tomo un año sabático para irse con sus abuelos a vivir a Checoslovaquia.
Estudiar checo y slovako, empaparse de la cultura del viejo mundo. Cambiar de aires de América. Continente tan nuevo, y carente de enfoque a los verdaderos problemas mundiales.
Ahí bebió vino tinto todos los días, en la hora de comer.
Y lo encontró bueno.
Pasea por parques cuidados. Donde los niños son rarezas. Fuma y que no le cala el humo.
Viaja en camiones de primera, con asientos completos, no destartalados, sin compartir espacio con tablacheros mugrosos, prietos y chaparros.
Sudar menos. Dios debe existir y vivir en el primer mundo, se le ocurrió comentar a la hora de la cena.
El abuelo, marxista, enrojecido y despeinado por la ira, le pidió que omitiera esa palabra. Que en ese hogar son evolucionistas.
Que esas rarezas le parecen exóticas, pero adecuadas en México, en la casa de su padre y de su madre.
En esta casa, dios esta muerto y eso se respeta.
No hay más religión que el humanísimo del camarada Lenin.
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