Les dijo
a las compañeras educadoras en el plantel, a la hora de inicio de la jornada
laboral: la ciudad huele a flores de azahar.
La
primavera se instalo permanente en las calles, en el rostro de los
automovilistas, somos todo ejemplo de paz, bondad y cordialidad.
Has de
estar bien norteada o enamorada, lo que se dice, empelotada, le contestaron las
más perspicaces.
Necesitas
darte de frente con la realidad. Azotar la res. Aprender en cabeza propia. Dejar
vacante el puesto de hija de familia.
La
ciudad espanta.
No huele
a mierda, porque estamos en medio del desierto, después de los dos huracanes,
el drenaje es lo bastante profundo para sacarlo todo y llueve solo si dios y
sus funcionarios locales, lo permiten.
La ciudad
huele abandonada, somos combustible que enciende la pólvora que sale de los
fusiles de asalto, la sangre regada por las esquinas, la mancha más profunda
que no se quita con lo barrido de las señoras de la limpieza.
A
pobreza, desempleo y muchas tranzas.
Explícate
como nos despidieron al terminar el ciclo anterior, el colegio, y nos recontrato
un outsourcing, que le da servicio a la misma, con un sueldo del 75% de lo que ganábamos
antes, pero sin prestación alguna.
Muchas
firmaron y con eso rompieron la solidaridad que habría podido existir. Ir a la
secretaria del trabajo y levantar denuncias. Salirse con la suya, jamás.
Ir en
contra la marea, dijeron, no podemos darnos el lujo. Aceptaron el acuerdo.
Agacharon
la cabeza. Se conformaron con lo que les ofrecieron, para no andar dando
lastima, tocando puertas, dejando a diestra y siniestra solicitudes de empleo.
A eso
huele la ciudad.
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