Toda
vida, hombre, es inscripción enciclopédica. Lee a los griegos y los romanos. No
solo sus vicios y caídas. Sino los logros y las partes altas. Observa como la plasmaron.
Ven conmigo,
vamos al librero. Toma asiento. Despreocúpate por la acumulación de polvo. La tierra
es saber. Del polvo venimos y hacia allá vamos.
Todas
las tardes leo un fragmento. Y la sitúo en los pasajes de mi vida.
Desde
que me case con mi ahora difunta esposa, pudimos transitar en la construcción
de un pequeño imperio: nuestra casa.
Los
hijos, como príncipes herederos, en su igual importancia. Adornando el árbol de
la fe con sus pensamientos. De las diferencias sacamos acuerdos.
No
fuimos republicanos, sino pequeños emperadores. Para que cada uno, en su propia
republica al fundarla, pudiera ser interpelado por sus tribunos.
Ahora
recapitulo con tinta, resaltando los momentos. He sido inspirado en apartados
de gestación y madurez.
De batallas
más intensas, donde la metralla ha sido tupida, no menos graves, me he
recuperado.
No
pierdo el optimismo para salir y laborar en paqueteria del HEB.
La
pensión de la seguridad social no cubre los recibos y los alimentos. Jamás iré
a refugiarme a los brazos de los hijos.
Por eso
despreocúpate, soy viejo más no vencido.
Aun sensible,
tiembla mi piel con los boleros y las arias, las escucho por la noche, después
de la ducha, antes de ir a dormir: la vida aun, en esta tierra, vale la pena.
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