A ver,
síganse picando la cola como lo estaban haciendo en la fila, después del saludo
a la bandera, nos dijo el Profesor Gabriel, un tipo tan delgado, blanco y alto,
que con saco y corbata, parecía un ahorcado del viejo oeste caminando.
Siempre
limpio, al fin, un muerto afeitado, extraído del panteón. Le pertenecíamos por
un año y él podría disponer del castigo que considerara conveniente.
Creo
que con los frecuentes jalones de patillas, ya habíamos crecido más allá del
promedio que nuestros huesos, genéticamente dispuestos, podrían estirar.
Nos había
sacado de la formación a seis de nosotros.
Llevados
en grupo, callados, con la loza mas pesada que la exhibición publica, sacó la llave y abrió la parte oculta del
aula, donde los maestros normalistas toman apuntes de la metodología usada para
facilitar el aprendizaje.
Detrás
de los vidrios opacos, donde el grueso de alumnos no saben lo que se hablaba,
comenzaba el desconcierto.
Los
compañeros guardan silencio, temerosos. Algo se quebró, quizá la paciencia del
instructor.
Los condenados,
los seis, apunto de recibir castigo. Ejemplar,
del que se hablará todo el resto del curso.
A ver
encuérense jovencitos, ustedes ya no son unos niños, con este tipo de acciones
de adultos, todos quítense los zapatos, calcetines, rápido, los pantalones, dóblenlos
al lado suyo. Las camisas. Sin trusas.
Síganse
picando la cola. Si la cola, o como quieren que les diga, las pompis, el
trasero, las asentaderas.
No ustedes
parecen hijos de quienes recogen la basura. Sin modales ni instrucción. Deberían
avergonzarse de su conducta, que no es licita de quienes son admitidos en este
centro de enseñanza piloto.
Nadie
rio.
A ver,
asuman sus culpas y demuestren valentía para seguir haciéndolo. No escondidos
en el anonimato cobarde y vil.
Solo
Ricardo se despojó del saco, quedando en camisa interior blanca.
¿díganme
que debo hacer con ustedes?
Era divertido
enfadarlo, cuidarse del gis volador o del borrador teledirigido. Pero estar en
este sitio que huele al trapeador de gas, en la penumbra, impone.
Los
voy a dejar aquí. Decidan como debe ser el castigo. Voy a la dirección a hablar
con la directora, para pedir hablar con sus padres.
Salió
rápidamente, dando largas sancadas.
Adiós
ahorcado, dije retador, entre dientes.
Nos volteamos
a ver. Reímos.
En el
otro lado del salón, donde no se había llevado el interrogatorio, la chica
monitor, en la línea donde escribe los nombres de los alumnos reportados por
mala conducta, pararse sin permiso o estar hablando, para cuando el maestro
regresa de la junta con la directora, estaba lo más aburrida del mundo,
esperando que ingresáramos al salón para tener algo que hacer.
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