Wednesday, March 14, 2012

Pegando abajo










A ver, síganse picando la cola como lo estaban haciendo en la fila, después del saludo a la bandera, nos dijo el Profesor Gabriel, un tipo tan delgado, blanco y alto, que con saco y corbata, parecía un ahorcado del viejo oeste caminando.

Siempre limpio, al fin, un muerto afeitado, extraído del panteón. Le pertenecíamos por un año y él podría disponer del castigo que considerara conveniente.

Creo que con los frecuentes jalones de patillas, ya habíamos crecido más allá del promedio que nuestros huesos, genéticamente dispuestos, podrían estirar.

Nos había sacado de la formación a seis de nosotros.

Llevados en grupo, callados, con la loza mas pesada que la exhibición publica,  sacó la llave y abrió la parte oculta del aula, donde los maestros normalistas toman apuntes de la metodología usada para facilitar el aprendizaje.

Detrás de los vidrios opacos, donde el grueso de alumnos no saben lo que se hablaba, comenzaba el desconcierto.

Los compañeros guardan silencio, temerosos. Algo se quebró, quizá la paciencia del instructor.

Los condenados, los seis,  apunto de recibir castigo. Ejemplar, del que se hablará todo el resto del curso.

A ver encuérense jovencitos, ustedes ya no son unos niños, con este tipo de acciones de adultos, todos quítense los zapatos, calcetines, rápido, los pantalones, dóblenlos al lado suyo. Las camisas. Sin trusas.

Síganse picando la cola. Si la cola, o como quieren que les diga, las pompis, el trasero, las asentaderas.

No ustedes parecen hijos de quienes recogen la basura. Sin modales ni instrucción. Deberían avergonzarse de su conducta, que no es licita de quienes son admitidos en este centro de enseñanza piloto.

Nadie rio.

A ver, asuman sus culpas y demuestren valentía para seguir haciéndolo. No escondidos en el anonimato cobarde y vil.

Solo Ricardo se despojó del saco, quedando en camisa interior blanca.

¿díganme que debo hacer con ustedes?

Era divertido enfadarlo, cuidarse del gis volador o del borrador teledirigido. Pero estar en este sitio que huele al trapeador de gas, en la penumbra, impone.

Los voy a dejar aquí. Decidan como debe ser el castigo. Voy a la dirección a hablar con la directora, para pedir hablar con sus padres.

Salió rápidamente, dando largas sancadas.

Adiós ahorcado, dije retador, entre dientes.

Nos volteamos a ver. Reímos.

En el otro lado del salón, donde no se había llevado el interrogatorio, la chica monitor, en la línea donde escribe los nombres de los alumnos reportados por mala conducta, pararse sin permiso o estar hablando, para cuando el maestro regresa de la junta con la directora, estaba lo más aburrida del mundo, esperando que ingresáramos al salón para tener algo que hacer.


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