Le pedí a la muchacha que
trabaja en casa como asistente domestica que llame al salón de belleza.
Tengo dos días desde
que llegué de nueva york, donde estudio
danza clásica contemporánea.
Por favor habla con Silvia,
dile que voy a estar unos días en la ciudad y me urge, con grado de diez, que personalmente
me atienda.
El cabello ha perdido
brillo, estoy seguro que con el tratamiento chocolate que me hizo la otra vez,
vuelve a tener vida y cuerpo. Lo va a dejar sedoso y brillante.
Que Silvia me corte el
cabello y ponga rayos.
Quiero ir al Spring Break lo
más cool que se pueda.
Odio como se ve la raíz negra
del cabello.
No lo se porque nací morena,
si mi abuelo era francés, de ojos azules, bien guapo.
Por eso tengo un ojo azul y
el otro café.
Pocos conocen el secreto,
pues el ojo café lo cubro con lente de contacto, casi en la misma tonalidad.
Tendrías que ser sumamente
observador para percibir las dos tonalidades. Pero como soy una mujer activa, la
vida social la hago de noche.
Silvia no es una persona de
este planeta. Sabe hacer milagros. Le tengo plena confianza. A ella y a la
señora Palacios, que ayudo para quitarme el problema de acné.
Sufrí mucho. No sé que me preocupaba
mas si tener un ojo de un color y otro de otro, el cabello negro azabache,
cuando todas mis amigas y compañeras del casino y del deportivo son rubias, o
la irritación en la piel.
Me unté todos los
medicamentos que existen en el país. De los
que remiten a cero las cicatrices, pero solo empeoraron el problema. Cantidad de
infusiones, de agua de diferentes estanques, aplicadas en cierta posición de la
luna.
Nada funciono mejor que la orino
terapia que la Señora Palacios aplico como experta en técnica recién aprendida,
importada desde oriente.
Mi madre, que es bastante condescendiente
y comprensiva, en la caja fuerte del negocio tiene escondidas las fotografías de
cuando nací.
Dice mi abuela que pensaban
que todos los males que cargaba eran fruto de los pecados del abuelo.
De como se agenció las
haciendas de los que emigraron en la revolución. Que cuando regresaron al
tiempo, ya serenadas la lucha armada, encontraron escrituras nuevas, a su
nombre.
Mamá que es bastante atea,
le dijo: en ese caso, papá no habría podido vivir casi hasta los cien años, ya
vez que dicen que no hay mal que dure.
Tiene razón mamá, pero también
lo tiene la abuela.
El labio leporino lo
corrigieron con pedazos de piel que me retiraron de las nalgas y las piernas.
Lo bueno es que tenemos
dinero, habría sido penoso andar en las clínicas
de la seguridad social, buscando cita.
Jamás lo habría permitido mi
abuela ni mi madre.
Nada más hermoso, que pasar
la tarde en la cama de bronceado, quince minutos de un lado, quince al otro.
Me da oportunidad de pensar
los asuntos serios de la vida.
Algunos van a las iglesias a
pedir por sus problemas, buscando soluciones mágicas.
Yo soy científica renacentista, lo hago, todos
los días, en la cama del bronceado, que tenemos instalado en el gimnasio de casa.
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