Ni modo
no aceptarlo. Desde que me case, deje de ser el chico buena onda. Ahora estoy
sometido. Entre las garras de una mujer casi veinte años, menor que yo.
La conversión
no ha sido simple o gratuita. Todo lo que hago, lo profeso de corazón.
Aunque
ella no lo tomé en cuenta.
Salimos
juntos los jueves, viernes y sábado.
Solo
los lunes, y de nueva a once de la noche, me da chanza, de ir a cenar, jugar
domino o tomar café, con el grupo de amigos que conservo desde la preparatoria.
Es muy
estricta con el control de salidas y llegadas.
Dice
que es de lo mejor que aprendió en su estancia en el internado en Inglaterra.
No lo dudo. Solo que la puntualidad Inglesa, frecuentemente es inexplicable.
Me
dice que como es que un hombre de mi edad, antes jamás formalizo las
relaciones.
Es
cuestión de enfoque, le contesto. Mientras ellos, que sostuvieron lazos
afectivos con gente de la generación, ya están calvos, con la barriga desarrollada,
las piernas flacas y pálidas, ella cuenta con un macho alfa.
Nuestra
vida marital, que así la explicaron en los talleres antes de contraer nupcias, debería
ser para el engrandecimiento de la obra del señor.
Y eso
me parece correcto.
Nada
de cualidades animales. Sino acompasada, fresca la presencia y el candor de la empatía.
Con el disfrute en la piel, pero con la solidaridad en las manos.
El sexo
oral le parece asqueroso. Aun yo he deseado hacérselo. Ni que pensar en que
ella tome el pene y juegue con él.
Ha quedado
descartado. Non santo.
Lo más
extraño que es calendarizamos las frecuencias.
Un par
de ocasiones, de plano, por sugerencia, improvisamos citas.
Como
el lunes es libre, para los dos, cuando llegamos, cada uno por su lado, al
apartamento, casi me asalta desde la escalera.
Vaya,
tenia un leve sabor a alcohol en la boca, dulce y amagro. Me dijo que habían bebido
un par de margaritas frozen.
Que era
el momento cumbre de nuestra existencia. Que como estaba en la parte mas alta
de su ciclo, deberíamos, por única ocasión, usar condón.
Me besó
como jamás antes, metiendo la lengua en mi boca, jugando con mi lengua, que se
escondía, desconociéndola.
Y así
lo hicimos.
La ayude
a desvestirse y la auxilie a vestir.
Al terminar,
me exigió ver el contenido, antes de desecharlo en el cesto de la basura.
Vaya
es bastante, ahora puedo constatar que no andas con otra vieja. Porque seria
capaz de cortarte los huevos cabrón.
El alcohol,
a las mujeres dóciles, les corta las alas.
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