Tuesday, March 13, 2012

Manifiesto visionario






Pensé que eran los testigos de jehova, o el señor del cable, quien llamaba con tanta insistencia a la puerta.

O tal vez, la entrega de comida a domicilio del KFC que siempre llega con una hora y media de retraso.

Nada de eso.

Era un astronauta. Vestido como tal. Con todo y casco puesto. Pásale a lo barrido, le dije, mas movido por la curiosidad de saber quien estaba dentro de ese disfraz tan bien forjado.

¿eres tu zurdo? ¿o tu huevo?. Neta que buena onda con el disfraz. Ahora si se volaron la barda.

¿no tienes calor?, le pregunté. Estamos a cuarenta grados a la sombra, y dicen las chicas del clima que subirá un poco más.

Solo movió para ambos lados la cabeza, negándolo todo. No es el zurdo ni el huevo. Sabe quien será.

Se sentó en el sillón de plástico de darth maul, de star wars, que tengo en la pequeña sala de la buhardilla.

Sin levantar la mica nos quedamos en silencio, viendo el uno al otro. Con las manos  pidió una pluma y un papel. Vamos a jugar al pictograma. Que buena onda. De seguro es alguien que esta viendo como reacciono o de la gente de cámara escondida. Voy a seguirles el juego.

Saque mi libreta de reportero y el bolígrafo.

Soy tu astronauta de la suerte, escribió en la primera hoja. Te voy a resolver la vida. Puedo cumplir dos deseos.

 ¿eres albino o andas de turista, viajas en primera clase o de turista, interplanetariamente? ¿Ese es tu primer deseo, preguntó?

Espérate no vayas tan rápido compadre. Voy a servir una cerveza. Dame chanza.

Mientras tanto voy pensando algo que necesite.

Por un momento, los nobles sentimientos que atormentan el silencio, vinieron al cerebro.

Terminar con la hambruna, el desempleo,  la violencia, o una cura para cualquier forma de cáncer y del vih.

Eso sería místicamente inútil. Es como vivir entre dos espacios al mismo tiempo. Entre la sombra y la luz.

Me senté en el otro sillón de star wars, el de darth vader. Abri la lata y la serví en el tarro congelado.

¿entonces?, insistió.

Creo que si. Ejercer tanto poder en un instante me envejecio casi veinte años, en puras preocupaciones filosóficas. Los cabellos negros se convirtieron en canas o se cayeron. Se ajó la piel y los dientes cariados.

Va, le dije, con voz gastada: siempre tener lleno el refrigerador con cerveza, y que no me dé cruda, para que pueda seguir bebiendo sin desfallecer o volverme loco, eso y la colección de discos en acetato de Juan Torres y su Organo Melódico.

Hecho, escribió en la libreta.

Firmo con un garabato imposible de identificar, como si fuera receta medica, lista, para llevar a la botica, entregar al dependiente descifrador y esperar en el mostrador que la surtan.

Se puso de pie, no se como lo logró porque el traje se ve pesado, quizá ya se acostumbró a moverlo.

Se despidió agitando la cabeza.

En medio de la calle, pleno de curiosos, la capsula con una bandera china.

El inspector de transito,  le había colocado la infracción del parquímetro.

Son ordenes del alcalde, no hay periodo de gracia, argumentó, cuando insistí de perdonar la multa.

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