La
vi desnuda y temblé.
Horas
más tarde, lo hizo la ciudad. Nos refugiamos desnudas y cansadas, un tanto
asustadas, en el arco de la habitación.
Mucha
pieza para una sola entrega. Ni por donde comenzar a degustar. Banquete a cuatro
manos. Dos bocas. Veinte años de espera. Un país. El norte y el sur. Toda la geografía
de distancia. Las ganas no acortaron las alas.
Jugamos
al Wii en un departamento prestado. Dos partidas de beisbol y una de boliche.
En
medio de la ciudad, la fé es vela que se enciende.
Pon
algo de música, pidió.
No
se bailar. Tú sigue los pasos. Creo que mejor quedo en calcetines. Sonríe
divertida. Debe ser muy gracioso intentarlo.
No
lo haces nada mal.
Trata
de ser cortés. Los papeles invertidos. Ella lleva iniciativa.
Poco
entiendo la salsa. Debe tenerlo claro. Hago el mejor esfuerzo. Pasamos a soltarnos
el cabello, despeinarnos con las notas del rock en español.
Sudamos
hasta que decidí besarle. Palpé la cintura. Acaricié sin despegarnos la parte
alta de sus nalgas. Repegó los pechos a los míos.
Tengo
sed le dije.
Saqué
dos cervezas. Aun estaban tibias. Aquí acostumbran beberlas así. Asintió.
Le
pasé su envase. Sentada al lado puedo
sentir la respiración acelerada.
Abrí
la ventanilla. Entró un poco de aire fresco.
Juguemos.
¿Te parece si yo soy Enrique Guzmán y tu Silvia Pinal?
Tejer
la historia fallida de nuestro matrimonio. Desde los reclamos al enamoramiento.
Asintió. De inmediato arrojó el envase a medio consumir. Apenas pude evitarlo.
La
tomé de las muñecas. Forzándola a desabrocharme la falda. Quiero que me cantes. Suave y quedito.
Imagina
que grabamos el programa. Estamos en Televicentro. El productor da la señal. Sigue
la pauta.
Sin errores.
A una sola toma.
Que
nos vean en colores, mientras los receptores, en sus hogares, son en blanco y
negro.
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