Friday, April 27, 2012

The Fletcher Memorial Home








Fea pero bien escotada.

Desde que la vi entrar en la iglesia fue imposible sujetar la mirada en mi sitio. Seguir cantando y con los actos de la liturgia de la hoja del programa.

Creo que mi esposa no lo notó. O se hizo la desentendida. Los hijos estaban demasiado inquietos, había que mantener la rigidez marcial del proceso autoritario.

No soy agnóstico.

Normalmente a los actos religiosos asisto, en caso de fuerza mayor y cuando irremediablemente no existe excusa: un difunto o enlace matrimonial.

Pero una primera comunión, eso es inaudito.

Corrí el riesgo. Resulte beneficiario.

Ahora extiendo el universo de posibilidades conciliatorias en la currícula extramatrimonial sin efectos negativos a los martes de mercado, los miércoles de ir a exfoliar los pies en el spa, los jueves en la casa de la cerveza y los viernes de antro ligero.

La mujer encontró lugar al mismo nivel de la hilera, solo que en sentido contrario. De reojo capto cada uno del compás de sus movimientos.

La blusa blanca que sube y baja. Que parece reventará en cualquier momento. Nos bañará de leche o quizá de hojuelas de maíz escarchadas con azúcar.

Me gustaría que fueran como pastillas dulce acidas. Estarlas degustando despacio, pasarles la lengua. Sorberlas.

Los menores desfilaron a recibir por primera vez la comunión. Pidieron a sus padrinos acompañarles al altar.

Se abrió camino. Llego al frente. Se puso al lado de la niña más antiestética de todas. Su asimetría resulta casi un insulto.

Debe ser su sobrina. Sin duda. Es alteración de carácter genético.

Ahora planita sin chiste, pero en cinco años, seis, será todo un suceso en la preparatoria. Le dirán "la ley del camarón", "la bolsa de cartón". De mil maneras más.
Ella soberbia los despreciará. Hasta el momento que elija con quien perderá la virginidad.

El sacerdote los fue integrando.

Uno a uno dio la comunión.

La niña primero. El cuerpo de Cristo. Abrió la boca y la pasó.

No la muerdas hija, recuerda que es el cuerpo del señor. Sufrió por todos los pecadores.

Luego el turno de la madrina.

Levantó las manos. El cuerpo de Cristo. Abrió la boca, bajó la vista el sacerdote, le pareció maravillosa, monumental la vista.

Dos montañas bien formadas, exultantes.

La ostia resbaló de la mano y cayó en medio de los pechos.

Subió y bajo, luego se fue hasta el fondo de la blusa.

Ella ágil abrió dos botones de la blusa antes que la detuviera. Detente Satanás dijo.

Déjelo ahí señora. Extraños son los caminos del señor, dijo el párroco.


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