Fea
pero bien escotada.
Desde
que la vi entrar en la iglesia fue imposible sujetar la mirada en mi sitio. Seguir
cantando y con los actos de la liturgia de la hoja del programa.
Creo
que mi esposa no lo notó. O se hizo la desentendida. Los hijos estaban
demasiado inquietos, había que mantener la rigidez marcial del proceso
autoritario.
No
soy agnóstico.
Normalmente
a los actos religiosos asisto, en caso de fuerza mayor y cuando irremediablemente
no existe excusa: un difunto o enlace matrimonial.
Pero
una primera comunión, eso es inaudito.
Corrí
el riesgo. Resulte beneficiario.
Ahora
extiendo el universo de posibilidades conciliatorias en la currícula
extramatrimonial sin efectos negativos a los martes de mercado, los miércoles de
ir a exfoliar los pies en el spa, los jueves en la casa de la cerveza y los
viernes de antro ligero.
La
mujer encontró lugar al mismo nivel de la hilera, solo que en sentido
contrario. De reojo capto cada uno del compás de sus movimientos.
La
blusa blanca que sube y baja. Que parece reventará en cualquier momento. Nos
bañará de leche o quizá de hojuelas de maíz escarchadas con azúcar.
Me gustaría
que fueran como pastillas dulce acidas. Estarlas degustando despacio, pasarles
la lengua. Sorberlas.
Los
menores desfilaron a recibir por primera vez la comunión. Pidieron a sus
padrinos acompañarles al altar.
Se
abrió camino. Llego al frente. Se puso al lado de la niña más antiestética de
todas. Su asimetría resulta casi un insulto.
Debe
ser su sobrina. Sin duda. Es alteración de carácter genético.
Ahora
planita sin chiste, pero en cinco años, seis, será todo un suceso en la
preparatoria. Le dirán "la ley del camarón", "la bolsa de cartón". De mil maneras más.
Ella soberbia los despreciará. Hasta el momento que elija con quien perderá la virginidad.
Ella soberbia los despreciará. Hasta el momento que elija con quien perderá la virginidad.
El
sacerdote los fue integrando.
Uno
a uno dio la comunión.
La
niña primero. El cuerpo de Cristo. Abrió la boca y la pasó.
No
la muerdas hija, recuerda que es el cuerpo del señor. Sufrió por todos los
pecadores.
Luego
el turno de la madrina.
Levantó
las manos. El cuerpo de Cristo. Abrió la boca, bajó la vista el sacerdote, le
pareció maravillosa, monumental la vista.
Dos montañas
bien formadas, exultantes.
La
ostia resbaló de la mano y cayó en medio de los pechos.
Subió
y bajo, luego se fue hasta el fondo de la blusa.
Ella
ágil abrió dos botones de la blusa antes que la detuviera. Detente Satanás
dijo.
Déjelo
ahí señora. Extraños son los caminos del señor, dijo el párroco.
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