Thursday, April 05, 2012

Tus nalgas como guillotina






Para Claudia Ojeda





Los matrimonios perfectos son los que cada uno duerme en su recamara. Guardan el encanto y la decencia. Renueva el deseo e inspira descubrir la intimidad.

Conozco uno.

Ella duerme en la recamara de la planta baja. Disfruta del sistema de cable por televisión. Mini Split. Dos camas individuales. Al lado del baño. Dos pasos delante, la cocina.

Mientras él, en la planta alta, con la pantalla de plasma y blue ray.

Eso es equilibrio.

Ya destapada la champagne. Ahora hay que conservarla en buen estado.

Nadie en sano juicio tiene porque chutarse las flatulencias de su pareja. Verla defecando, escuchar el chorro de orina o recoger las toallas sanitarias.

Los ronquidos son el mosquito más molesto de la vida conyugal. Lo acompaña la ropa interior recién lavada colgada en la regadera.

Compartir la cama es consumir humores. El hedor de la boca la mañana siguiente. Es bajar al infierno de todos los días.

La costumbre no solo es más fuerte que el amor: lo mata.

En solitario, el espacio se multiplica.

Quien se ha aventurado por años a compartir la vida, debe tomar terapia. Asistir puntual a las citas. Contar con consideraciones laborales y días libres.

Los estragos de quien padece, se manifiestan de diversas maneras.

Gota. Crecimiento de los pechos en los varones. Falta de movilidad en el esperma. Cambiar de equipo de futbol. Visitar los templos más que las cantinas e insomnio

Es mi caso: el sueño mutilado causa alergia, cada vez que ella, con potente trasero, mientras compartimos cama, cambia intermitente y acalorada, de lado en su sección.

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